Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

sábado, 23 de abril de 2011

Verdes valles, colinas rojas I


El reportaje del ultraje

LA NOVELA DE LA TIERRA VASCA I


Ya os mencioné, en alguna otra ocasión, mis tan fieles y únicos lectores, el inusitado interés que había despertado en mi conciencia lectora el universo narrativo de Ramiro Pinilla. Puede que os acordéis de la mención que hice cuando hablé sobre la concesión del Premio Nadal a su obra Las Ciegas Hormigas, que tuvo que esperar, amortajada en las estanterías de Destino, el más de medio siglo largo de cautiverio editorial propuesto en las bases de su premio para escritores noveles.

La historia de la tenacidad de Sabas Jaúregui y el inagotable tesón con el que intenta aportar a su familia el combustible necesario que les permitiera una digna manutención frente a la carestía y la necesidad reinantes, me atrapó de una manera lo suficientemente convincente para que indagará en su escasa obra catalogada y, de esta manera, adentrarme en una región desconocida de una impresionante envergadura y de una calidad estilística manifiesta.

Siempre deberé al magisterio del doctor Senabre las pistas que nos espolvoreó sobre las directrices de la narrativa actual fuera de los circuitos comerciales en aquel curso que impartió en la antigua y todavía ruinosa Finca de Vista Alegre, en el castizo distrito de Carabanchel, transformada, después de la desmantelación ideológica de los CAP, en el Centro Regional de Innovación y Formación, adscrito a la Dirección General de Mejora de la Calidad de la Enseñanza de la Comunidad de Madrid. No obstante, dentro del caso que nos ocupa de Ramiro Pinilla, también tengo que agradecer la encarecida insistencia en su recomendación y descubrimiento por parte del pertinaz bibliotecario de Portazgo, Sergio el novelista. Aquí tiene el testimonio de mis palabras que le brindan un sincero homenaje y reconocimiento a su invisibilizado pero tan valioso trabajo.

Ante mi desprevenido rostro, que tornó raudo en atónito, aparecieron tres gigantescos volúmenes -dormitando la ausencia de lecturas en los anaqueles de las estanterías del Centro Cultural Alberto Sánchez, egregio escultor del proletariado- con el título global de Verdes valles, colinas rojas, Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica en el 2006, que alcanzaban de sobra las dos mil páginas, con más de 20 años de trabajo y unas 250 fichas de personajes, según las propias palabras del autor. Llegado el final del verano del 2010 emprendí el viaje de mi odisea lectora por la cosmogonía mítica de Getxo, odisea que aún está por finalizar mientras no se publique en este mes de abril la edición definitiva y revisada de sus cuentos Recuerda, oh, recuerda y Primeras historias de la guerra interminable, en los que, parece ser, se podrán reconocer el embrión de muchos de los nudos narrativos de su inmensa obra maestra.

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