Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

sábado, 30 de octubre de 2010

Miguel Hernández: Poeta del Pueblo II



...Impulsado por el anhelo de triunfo, el poeta oriolano se marchó, precipitadamente, a la capital, iniciada la década de los treinta, buscando fortuna. Enfermo, muerto de hambre y con los bolsillos vacíos de fama y de dinero volverá a la huerta levantina. Únicamente, consiguió leer valiosos y gruesos volúmenes en la Biblioteca Nacional y que su nombre comenzase a sonar en la Diputación de Alicante, gracias a la pequeña entrevista concedida a Ernesto Giménez Caballero -uno de los destacados fundadores de las JONS- en la Gaceta Literaria, donde se anunció la noticia de la aparición de un nuevo poeta-pastor.


De vuelta al terruño continuará perfeccionando el estilo de su voz personal, aún así su primer libro estará plenamente influenciado por las tendencias neogongorinas que todavía resonaban en el ambiente poético del momento, a resultas del homenaje del tercer centenario de la muerte del poeta cordobés Góngora. Perito en lunas (1933) será por lo tanto, un libro artificioso, donde predomina un juego repleto de virtuosismo que busca la belleza formal como fin último del arte.


Olvidado por la crítica y sepultado en el los nichos del silencio por los señoritos de la Residencia de Estudiantes, no cejó en su empeño de mostrar su valía y se dedicó a escribirles cartas. Entre ellas destaca su conocida correspondencia con García Lorca, a quien, sin acuse alguno, había enviado su libro. Tras una segunda y más virulenta carta, se hizo proverbial la alergia del poeta granadino hacia el joven levantino que se tornará legendaria.


Refugiado en el calor de sus amigos de toda la vida, seguirá frecuentando la tertulia de su pueblo y escribirá un auto sacramental, al más puro estilo calderoniano. Obra dramática cuyo interés consiste en poner en escena los tres momentos cruciales de la historia de la salvación del Hombre; la creación, la caída y la redención. Parte de esta pieza, Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, se publicó en la revista dirigida por Bergamín, Cruz y Raya. Revista de fuerte filiación católica, al igual que la oriolana Gallo Crisis, fundada por Ramón Sijé, en la cual Hernández había publicado varios poemas y de la que Pablo Neruda comentó que desprendía demasiado olor a iglesia y estaba ahogada en incienso.


Durante esta época, en la que Miguel trabaja de pasante en una notaría, se producirá un hecho fundamental que marcará, a partir de ese momento, el rumbo de su vida y, por ende, de su poesía. Todas las tardes al salir del trabajo se cruza con una pálida muchacha de ojos y pelo negrísismos de la que se enamorará perdidamente. Josefina Manresa, hija de guardia civil, se convertirá en la musa que necesitaba el poeta para impregnar a sus versos de una voz propia que culminará en la obra El rayo que no cesa, publicada después de un nuevo viaje a Madrid en 1936.


En esta ocasión si establecerá fuertes contactos, sobre todo con el citado Neruda, pero también con Vicente Aleixandre. Además en esta nueva estancia en la capital, conocerá una época de relativo desahogo económico al servicio de José María de Cossío, para el que trabaja en la confección de su monumental enciclopedia de Los toros, y mantendrá una relación muy especial con la pintora, integrante de la Escuela de Vallecas, Maruja Mallo.


La evolución ideológica, fruto de sus nuevas amistades e, igualmente, motivada a la par que la detonación del estallido de la Guerra Civil, se verá reflejada en sus siguientes obras. Su gran amigo, Ramón Sije, se preocupó, bastante, al ver como iba perdiendo, paulatinamente, su órbita de influencia sobre el presuntuoso poeta. Desgraciadamente, la antigua amistad se truncó de raíz al morir Ramón de una forma repentina. Muerte que tuvo el efecto para que Miguel pudiera componer una de las piezas fúnebres más emotivas de toda la literatura española.


A causa del fragor bélico provocado por la contienda se forjará el icono del poeta que, erróneamente, se nos ha trasmitido para la posteridad. Un miliciano que arenga a las tropas desde la primera línea de batalla con una poesía panfletaria y un teatro propagandístico de escaso, por no decir nulo, valor artístico, titulado Teatro en la guerra que está compuesto por cuatro piezas breves La cola, El hombrecito, El refugiado y Los sentados. De esta etapa, comprendida de 1937 a 1939, apenas se pueden salvar algunas composiciones de Viento del pueblo, y, por encima de toda su obra dramática, El labrador de más aire, un texto teatral que nada tiene que envidiar a las más castizas tragedias de nuestro periodo clásico.


Según Díez de Revenga, uno de los responsables de la comisión encargada de los actos del centenario, destaca en Hernández una primera vocación teatral. De hecho, en su Orihuela natal, dentro de una rudimentaria compañía de aficionados, desempeñó uno de los papeles en el drama Los semidioses, de Oliver. Además, con el grupo “La Farsa” actuó en el papel principal de Juan José, de Dicenta, en la Casa del Pueblo y en el Círculo Católico locales.


La lectura de El labrador de más aire impresiona por el vigor poético que desprenden sus versos de arte menor. La crítica la ha relacionado con las comedias de “Buen Villano”, entre las que se encuentran el Peribáñez o el comendador de Ocaña, El alcalde de Zalamea o Del rey abajo ninguno, todas ellas pertenecientes a nuestros autores áureos. No obstante, la originalidad de la obra está por encima de la simple imitación de sus modelos, porque Miguel tuvo la capacidad de dotar al protagonista, el labrador Juan, de una arrogancia propia del resentimiento de clase, cuestionando el orden social establecido, motivo revolucionario que nunca podría aparecer en las comedias clásicas.


Con la sombra de la derrota sobrevolando el bando republicano, cerniéndose como agoreros pájaros negros encima de las tropas leales al gobierno legítimo, la última parte de la obra del poeta levantino se torna más cruda y desesperada, como se puede confirmar en su libro de poemas El hombre acecha (1939). La victoria de los nacionales provoca la desbandada de muchos lugartenientes comunistas que le dejan en la estacada. En su huida por la frontera portuguesa fue hecho prisionero por la policía de Salazar y entregado a las autoridades franquistas. Incomprensiblemente es liberado, aunque parece ser que la mano de Neruda tuvo mucho que ver desde su posición privilegiada en la embajada chilena de Francia.


Una vez recuperada la libertad siente la necesidad imperiosa de contactar con su mujer y su hijo Manuel Miguel, al que le dedicaría, de nuevo desde la cárcel, las Nanas de la cebolla, que es la más patética canción de cuna de toda la literatura española, recogida en su último libro Hijo de la luz y de la sombra. El poeta del Pueblo no volverá a ser libre. De prisión en prisión, entre ratas, frío y muerte, terminará contrayendo unas fiebres tifoideas que culminarán en una tuberculosis pulmonar aguda, apagándose su vida el 28 de marzo de 1942. A su muerte deja inéditos el propio Hijo de la luz y de la sombra y Cancionero y romancero de ausencias, en cuanto a libros de poesía se refiere, y El torero más valiente, Hijo de la piedra y Pastor de la muerte, dentro de su corpus teatral.


En definitiva, se puede considerar la vida de Hernández como un destino basado en la superación de sí mismo. Una superación supeditada a su portentosa capacidad para la escritura poética. Desde niño fue su único sueño que se vio cumplido al adquirir el papel de altavoz entre las trincheras.


Puestos a pensar, tengo el convencimiento de que el autor del Rayo que no cesa, hubiese conseguido, igualmente, elevarse hasta las cimas del monte Parnaso sin el trampolín del salto al mundo mítico de los héroes que le proporcionó la algarada bélica. Por este motivo, me parece deleznable la utilización partidista que se hace desde algunas organizaciones políticas con motivo de su centenario. Por encima de cualquier ideología, Miguel fue un Poeta del Pueblo, al saber plasmar en sus versos, con detallada maestría, los sentimientos y las emociones de los más humildes y necesitados.


Para finalizar, me gustaría señalar la poca valentía que se está demostrando desde las instituciones gubernamentales al no contar entre los actos de centenario ninguna propuesta escénica de la obra dramática del poeta oriolano. Un texto, en este caso El labrador de más aire, que iguala en belleza plástica pero supera en contenido tantas otras de nuestras comedias clásicas bien se merecería una oportunidad, dentro de las actividades programadas en su honor, para su representación a cargo de las compañías estatales, como, por ejemplo, la más indicada, según mi parecer, sería la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Miguel Hernández: Poeta del Pueblo I



¡¡ Válgame en qué situación me hallaba al haber dado el sí por respuesta siendo tanto mi desconsuelo!! ¿Qué podía saber, infeliz de mí, de uno de los mejores poetas en lengua castellana de todo el siglo XX? Aún así, me dejé convencer por la locuacidad amable de mi compañero de claustro Alonso Egaleo de Cartagena y me embarqué, sin saber a ciencia cierta, en qué ignoto puerto atracaría.


Claro que había leído el Rayo que no cesa. Incluso conocía Perito en lunas, Viento del Pueblo o Hijo de la luz y de la sombra, además del la obra de teatro El labrador de más aire. Sin embargo, todavía me parecía poca enjundia para cubrir las expectativas que en mí había depositado el buen Alonso.


Entonces devoré catálogos con millares de noticias bibliográficas acerca de la vida y obra de nuestro homenajeado poeta. Ante tal ingente cantidad de documentación, me decidí por los extremos. Fue entonces cuando seleccioné entre el primer y el último titulo que tratan sobre su biografía.


De esta forma, inicialmente comencé la lectura del trabajo de Concha Zardoya, Miguel Hernández (1910-1942) Vida y obra, publicado en 1955 y reeditado en el 2009 por la editorial NORTESUR. Este documento tiene el valor de ser pionero en la larga bibliografía hernandiana, donde se acomete, desde el apasionamiento no exento de rigor, el estudio de su breve trayectoria vital y de las claves de su poesía y teatro.


Por otro lado, con posterioridad, acometí la siguiente del libro El oficio de poeta. Miguel Hernández, de Eutimio Martín, recientemente publicada (febrero de 2010), en la editorial Aguilar, estudio en el que se reconstruye su devenir humano y literario, así como también desvela algunos aspectos pocos conocidos o ignorados de su personalidad.


Con este caudaloso equipaje de información relevante, ya me sentía capaz de viajar entre los meandros de la escritura periodística. Tales lecturas, además de mi propio bagaje cultural, bien me permiten ofrecer unos datos básicos de la vida y obra de Miguel Hernández, aderezados, finalmente, con unas pequeñas pinceladas, desde mi modesta visión personal, acerca de cómo se están tratando las conmemoraciones en honor del centenario de su nacimiento.


El futuro poeta y dramaturgo, nació en Orihuela, el 30 de octubre de 1910. Siempre se ha pensado que provenía de una familia humilde, pero lo cierto es que su padre, don Miguel, gozaba de una situación económica que, sin duda, podía calificarse de acomodada. Aunque prácticamente analfabeto, su oficio consistía en ser tratante de ganado caprino con un montante alrededor de las seiscientas cabezas anuales.


Miguel Hernández tuvo que abandonar pronto los estudios, por mandato paterno, para trabajar como pastor de cabras, bien porque su padre aborrecía las letras, bien para ayudar en el próspero negocio familiar. Sus escasos años en la escuela, bastaron para que sintiera, ya para siempre, la necesidad de la lectura y la escritura.


Frecuentó tanto la Biblioteca del Círculo Católico, como la del Casino Orcelitano. En primer lugar, leyó los clásicos del Siglo de Oro -entre los que figuran Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, pero también, Lope de Vega, Quevedo o Góngora- para continuar, posteriormente, con la lectura de los autores contemporáneos, de los destacan Machado, Juan Ramón o Gabriel y Galán.


Esta afición desmesurada por la lectura y una permanente observación de la naturaleza que le rodeaba, le llevó al irresistible interés de manifestar su prodigiosa sensibilidad lírica. Así fue como comenzó a escribir sus primeros versos que pronto mostraría a sus amigos Carlos Fenoll y Ramón Sijé, asimismo aficionados a la poesía, en la frecuentada tertulia de la tahona del padre de Carlos. Sijé, cuyo verdadero nombre era José Marín, además de estar unido al Miguel por una gran amistad, fue su primer mentor y mecenas...

jueves, 28 de octubre de 2010

La nieta del señor Linh




La reseña con saña



Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído la penúltima novela de Phillipe Claudel, La nieta del señor Linh, traducida por José Antonio Soriano Marco y publicada por la editorial Salamandra en marzo del 2006.



Parece que el narrador está en tercera persona, utiliza la frase breve que dota de un gran dinamismo a la fábula y el tiempo verbal que se emplea es el presente, para ofrecer los hechos a los lectores con un cercanía próxima a lo sentimental.



Parece que el contexto histórico se centra en la modernidad urbana pues se habla de barcos, automóviles, parques o tíovivos, pero no existe ningún dato objetivo que lo pruebe fehacientemente, aunque se infiere por las constantes referencias socio-culturales que el tiempo externo pertenece a la época de la guerra de Corea o del Vietnam.



Parece que el tiempo de la narración sucede en un arco temporal de dos estaciones, desde bien entrado el otoño, ya en el mes de noviembre, hasta los primeros días de la primavera.



Parece que el espacio se ubica en esa desconocida ciudad del mundo occidental a la que llega el anciano Linh, después de una larga travesía en barco huyendo de la muerte de su aldea natal. Predominan los lugares cerrados como la primera vivienda, en donde comparte techo con otras familias de refugiados o la residencia de ancianos, que pretender ser para las autoridades oficiales su última morada. El lugar abierto del parque simboliza la libertad.



Parece que los protagonistas son el señor Linh y su nieta, que cuenta tan sólo con seis semanas de vida al inicio de la narración. Otro personaje importante es el Hombre del banco, el señor Bark. De menor importancia son las familias de los refugiados y la mujer del muelle o la joven interprete Sara.



Dicen que a Juan sin Credo esta novelita le ha parecido una entrañable historia que canta a la capacidad que tiene el ser humano de aferrarse a cualquier motivo que merezca, realmente, la pena para poder sobrevivir. Dicen que a Juan sin Credo este tipo de sentimentalidad la prefiere en verso y que la novela lírica es un subgénero que tiene un oscuro futuro en una sociedad de mercado pendiente del número de ventas; de ahí su formato breve para hacerla rentable.

lunes, 25 de octubre de 2010

El Brujo desembrujulado






LA BUTACA NIHILISTA




Escribía hace algunos días el gran merengón Alfredo Relaño, en su columna diaria del AS, sobre el buen momento de juego que están atravesando los blancos, arengados por el peculiar estilo de su entrenador portugués Jose Mourinho. Confiaba que la buena racha se tendría que ver refrendada contra otro gran equipo, a resultas de su enfrentamiento con el siempre temido AC Milán del magnate Pantalone Berlusconi.



Ante ese mismo primer gran enfrentamiento de la temporada, me encontraba cuando me acerqué al Teatro María Guerrero para contemplar el último órdago dramatúrgico de El Brujo, El Evangelio de San Juan, al que asistí felizmente acompañado de los siempre discretos condeses de Abascal, los marqueses de EsPerales y mi adorada Luz Sonora de la Partitura.



Ya había tenido el honor de presenciar los encantos paraverbales y dialógicos de su repertorio con su anterior espectáculo El caballero de la palabra, en una plaza de segunda, Torrejón de Ardoz, cuna de mi amantísimo amigo, el siempre magno Doctor D´ia Trives. De ahí nacía mi inquietud, pues en aquella ocasión no tuve el placer de salir muy satisfecho, a pesar de las estruendosas carcajadas con las que el respetable torrejonero, que por cierto abarrotaba la Sala, agasajó los chascarrillos y bastonazos del veterano actor.



Tampoco sobraron butacas esta vez en el gran recinto de la capital. La escena abierta mostraba el estudio de un nigromante del Logos, con una mesa de madera llena de cartapacios a la izquierda del espectador, unos candelabros, también de madera, diseminados por el tablado y una pizarra en el medio con el símbolo teológico del Verbo o Hijo de Dios. Tanto a izquierda como a derecha, dos por cada lado, se situaron unos músicos con instrumentos de viento cuerda y percusión. De azul celeste, con unos pantalones bombachos y una camisa ancha de lino, apareció el gran mago; Rafael Álvarez, El Brujo.



Desde el bautizo en el río Jordán hasta la resurrección de Lázaro, pasando por las bodas de Cannaán o la Última Cena, El Brujo se sumerge en un laberinto donde el maremágnum de fuentes, traducciones o interpretaciones sobre la figura de Cristo se ofrece como una cosmovisión espiritual alejada del cualquier pretensión racional que pretenda encasillar la doctrina en un único punto convergente. Así es el Evangelio de San Juan; una corriente cultural, gnómica y apocalíptica que plasmó su veta lírica en intentar comprender y aunar las diversas teorías teosóficas que pululaban por la región de la actual Palestina, allá por los primeros años de nuestra era, marcada por el nacimiento del Mesías, Jesús de Nazaret.



Toda esta vertiente mística se adereza con un buen puñado de chistes referidos a la más reciente actualidad. Además hay que apuntar un nutrido repertorio de saltos, guiños y zapatazos que descargan la tensión intelectual del mensaje para rebajarlo a la categoría de lo bufo o carnavalesco. De la misma manera, la azulona atmósfera creada por la iluminación de los focos sobre el escenario, ayuda a enmarcar el acto dramático en esa dimensión infinita y eterna de un universo en un constante movimiento.



Aún así, tras una hora y quince minutos, incluido el descanso, el último tramo se convirtió en un suplicio. Al Brujo ya no había por dónde agarrarle. ¿Se había desinflado tras el descanso? Una carta electrónica del secretario de mi querido cofrade el conde de Abascal, su sufrido Joan Sermo, me puso tras la pista.


-Toda la obra se había sustentado en una gran pantomima carente de conflicto dramático. Ese hechizo que nos mantuvo durante algún tiempo concentrados, boquiabiertos, incluso sonrientes se desvaneció en cuanto se encendieron las luces de la Sala y desapareció el rumor de las estrellas centelleando a la luz débil de las candelas...-



En definitiva, una propuesta escénica arriesgada que se fractura con el intermedio y que necesitaría una descarga de alguna que otra secuencia para aligerar el entramado borroso de la parte final; siendo el más sólido valor de todo el conjunto de la obra la gran experiencia, el tremendo desparpajo y la entrega de un público siempre fiel del inigualable Rafael Álvarez, El Brujo.

miércoles, 20 de octubre de 2010

De la narrativa oral en una extensión plurilingüe y transnacional



El cojín descuajaringado



Alguna que otra vez ya había comentado en mi pantalla los consejos del maestro Senabre para no escribir ninguna impresión valorativa vinculada a la obra artística de los amigos. Para estos casos, él hablaba de la sacrosanta parcialidad que se le debe de suponer al crítico literario. Evidentemente, ésta tuvo que ser la razón que esgrimió durante el verano pasado para realizar una benigna reseña en El Cultural del rotativo El Mundo, acerca de la pésima novela galardona con el último Premio Fernando Lara de su gran amigo Javier Reverte.



Llegado a esta situación, me permití, del mismo modo, el placer de comentar, previamente con su beneplácito, el espectáculo infantil de mi gran amiga la aguerrida narradora oral Zeniala Volvoreta, titulado Cuentos con Versos... o con vertidos tóxicos en rimas tónicas?



En fin narrativa o lírica, fuera el género que fuera, me presenté en el lugar de los hechos, donde meses atrás había presenciado el desagradable espectáculo de unos padres maleducados que permitieron, impunemente, a sus hijos reventar el esforzado trabajo de una individuo expuesto ante el siempre exigente público, cuanto más todavía tratándose del infantil.



Aquella mañana del primer sábado de octubre, aún el sol acariciaba madurando el dulce membrillo del ya menguado verano por san Miguel. Muchos de los tiernos infantes gozaban de sus últimos escarceos de libertad sobre la bicicleta y los columpios antes del temido y extenuante invierno. Además, afortunadamente, la dirección de la Biblioteca Luis Martín-Santos estimó no dejar abandonado a su suerte al solitario, en este caso solitaria, cuentacuentos y decidió responsabilizar a uno de sus bibliotecarios de los consejos básicos de comportamiento en un evento de estas características.



Todos estos atenuantes permitieron una excelente sesión, sólo perturbada por la mala leche que hervía en mi interior tras una reciente visita al siempre agradabilísimo dentista -luego dicen de la fama que tienen los trabajadores del Cuerpo de Maestros pero a este pobre gremio, sinceramente, no hay quién le aguante-. El caso es que llegué con antelación y por mi cuenta, sin El Príncipe de los Ángeles y Rivimar Saavedra de los Conesa, lo que me posibilitó estar leyendo, con tranquilidad, una interesante reseña del primer libro publicado en España de la escritora mexicana Sabina Berman, La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, hasta que la buena de mi Zeniala comenzó su narración.



El ritmo inicial fue trepidante. El atrezzo estaba conformado por un par de trípodes, donde se apoyaba una tela negra con cuatro partes diferenciadas, en forma de sobres, que contenían las figuras protagonistas de sus cuentos. El personaje principal, Ninttendo Mittsubishi, es un pez que crece a medida de los cuentos contados por Zeniala. Destaca el clásico Conejito Blanco, cuya antagonista, la Cabra Cabresa, termina sojuzgada gracias a la inestimable amistad del Conejito con la Hormiga.


Ninttendo crecía y crecía mientras que los niños y padres entonaban juntos el Luna, luna, luna, luna, luna sol en todas las lenguas romances habladas en la Península. En el tramo final se vislumbró la falta de rodaje y, por ende, el cansancio tanto de los niños como de mi Zeniala, impidiendo que una perfecta armonía reinara en la sesión, quizá reservada para la siguiente del 3 de diciembre a la 18:00 en la Biblioteca de Carabanchel, Luis Rosales. Hasta entonces espero que mi Zeniala no me retire la palabra y me siga contando cuentos y más cuentos.
(La olímpica Zeniala hecha un círculo)

domingo, 17 de octubre de 2010

A cada torturador le llega su san Martín

LA BUTACA NIHILISTA


Fíjense siquiera en la agonía de aquel tirano que se señoreó con firme paso castrense durante cuatro décadas por las parameras de nuestro solar hispánico. Este retaco de palio y sacristía fue un títere en manos de unos cuantos iluminados que querían hacer coincidir su muerte con la del creador de Falange, para rendirles honor y gloria eternamente. Por no hablar de la suerte que corrieron otros dictadorzuelos como el macarroni Benito -desfigurado su cadáver tras ser arrastrado a lo largo de las calles de Milán por un caballo enloquecido- o el matrimonio Ceausescu, fusilados sin contemplaciones por sus otrora partidarios y enterrados quién sabe dónde, puesto que los cuerpos sepultados en el cementerio de Ghencea han sido recientemente exhumados para determinar su identidad.


Asimismo parecía que nos iba a suceder al nutrido público asistente a la puesta en escena de Incendies, cuando en el “remodelado” Matadero de Madrid nos hicieron pasar a una nave que rezaba en su entrada Despiece de Cerdos. No obstante, si se me permite la arrogancia, el único cerdo es aquel que, no habiéndose aún finalizado las obras en el recinto, publica a los cuatro vientos la inauguración de un nuevo espacio escénico para regocijo y disfrute de todos los madrileños.


Dejando de lado estas pequeñas impertinencias, diré que mi segunda asistencia a la obra cumbre de Wajdi Mouawad, Incendies, ya que la había visto durante su estreno en el Teatro Español a finales de junio del 2008, no me reportó nada nuevo de lo visto en aquella ocasión, quizás la elaborada superposición de planos temporales que transmiten una atmósfera de pesadilla y angustia en esa búsqueda de los orígenes malditos.


Sin embargo, mi gran amiga, la aguerrida narradora oral, Zeniala Volvoreta si salió, como a mí me sucedió la primera vez, completamente conmocionada de la desgarradora historia que se presenta a los espectadores con un decorado donde predomina la forma geométrica. En su línea de alzada aparece un panel translucido de rectángulos que, en determinadas ocasiones de fuerte tensión dramática, reflejan distintas tonalidades cromáticas proyectadas por los focos de la sala. Del mismo modo, el piso está confeccionado con una serie de baldosines variopintos que simbolizan esa idea de mestizaje que se intenta transmitir durante todo el conjunto de la puesta en escena.


Como único mobiliario se muestra una serie no repetida de sillas de distintos colores, que van siendo dispuestas, a lo largo de la obra, con diferentes usos y significados. Por otra parte, aparecen, de manera puntual, un par de escaleras de tijera sugiriendo, naturalmente, el topoi de ascensionalidad.


La música también es variopinta, desde las melodías cercanas a la banda sonora de Amelie hasta los retumbes más sórdidos de los ritmos tribales. Lo más significativo de todos estos elementos es el uso simbólico que se hace de una manguera que dispara ráfagas de agua sobre la protagonista, como un flagelamiento vejatorio, que conduce al intermedio de la obra en un rápido torbellino de intensidad dramática.


Todos estos ingredientes forman parte de una historia eterna de la Ascensión y la Caída; la de la protagonista Nawal: una fuerza de la naturaleza que empuja su vida al movimiento, a la inquietud… a la acción. La muerte de su abuela, en su aldea natal de un lugar indeterminado del Extremo Oriente, la lleva a la búsqueda del conocimiento; un conocimiento que le valdrá los sinsabores del destierro, la violencia, el crimen…Envuelta en una atmósfera de guerra, horror y destrucción, Nawal se conocerá a sí misma y, asimismo, muchas de las grandes tragedias que se encierran en el interior del alma humana.


El aroma de la tragedia griega de Edipo perfuma el andamiaje estructural de la obra del libano-canadiense Wajdi Mouawad, pero éste último adquiere el grado de suficiencia realista al contextualizar el mito en un panorama contemporáneo de rabiosa actualidad (la sucesión ininterrumpida de conflictos bélicos en la cuna de las civilizaciones monoteístas), que, a su vez, no es nada más que una repetición circular del tiempo eterno de los hombres.


En cuanto a los actores (a pesar de la dificultad de la lengua -la francesa- subsanada, parcialmente, con paneles digitales en sobretítulos) hay que destacar la gigantesca figura de Antonie Ducharme, por ese gran torrente desbordado de comunicación escénica que manifiesta encima de las tablas. El canal de voz y actuación de este actor es enérgico: un caudal mecánico de producción dramática por sus ritmos, sus tonos y sus movimientos que acaparan la atención inmediata de cualquier espectador.


En definitiva, una puesta en escena que reivindica el contenido humano en un laberíntico recorrido retrospectivo que mira al futuro de nuestro presente para mostrar todo un abanico de pasiones, miedos y esperanzas; donde en cada escena se supera el conflicto con esa intención ética de la búsqueda de la Verdad y la Justicia, implícita y firme en los corazones de todos los hombres.


A la salida Zeniala, estremecida, hablaba de la catarsis y del laberinto sentimental con lágrimas en los ojos. Nos despedimos, siempre con el placer del agradecimiento, del más maestro que profesor Juan Antonio, artífice de la asistencia al evento. De allí salió la voluntad de apuntarnos a Littoral en el CDN dentro del ciclo Una mirada al mundo.

domingo, 10 de octubre de 2010

Brooklyn Follies




La reseña con saña



Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído el libro anterior a la antepenúltima novela del fecundo escritor norteamericano Paul Auster, Brooklyn Follies, traducido por Benito Gómez Ibáñez, publicado en la colección Panorama de narrativas de la Editorial Anagrama en marzo del 2006.



Parece que el narrador está en primera persona, aunque existe un capítulo -a modo de dialogo dramático- en el que aparecen tres personajes hablando sobre el idílico Hotel Existencia (Cenando y bebiendo pg 105-116) y un fragmento en tercera persona en donde el narrador cuenta, vicariamente, el luctuoso suceso de la muerte de Harry, gracias a la intervención de Rufus en la escena. El tiempo verbal que narra los acontecimientos está en presente; por otra parte, el lenguaje empleado se acerca fielmente al habla coloquial: sencillo y directo.



Parece que el contexto histórico se ancla en el presente. Varios son los datos que así lo atestiguan, entre ellos el atentado sobre las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001, pero también el pucherazo electoral del partido republicano en noviembre del año anterior.


Parece que el tiempo de la narración se sucede en apenas un año, desde que el protagonista llega a instalarse en Brooklyn, recién tratado de un tumor en el pulmón, hasta que recibe la buena noticia de su actual estado de salud, justo en el momento que se produjo el atentado terrorista con mayor número de víctimas en todo la historia.



Parece que el espacio se ubica, preferentemente, en el Hogar para cualquiera de cualquier lugar ("Home to Everyone From Everywhere") el barrio más populoso de Mahattan. Predominan los lugares cerrados, como el restaurante Cosmic Dinner y la librería de viejo Brightman´s Attic, aunque también aparece los abiertos como el Prospect Park. Otros espacios que se citan en la novela son el estado de Vermont, de donde es originaria la personalísima Honey, y la ciudad de Winston-Salem de Carolina del Norte, en la que permanecía semi-secuestrada la sobrina díscola, Rory.



Parece que los personajes se convierten en la parte más importante del armazón de Brooklyn Follies, pudiendo ser clasificada, perfectamente, con la etiqueta de novela de personajes. El principal, el yo narrativo, es el expansivo y generoso Nathan Glass, que experimenta un renacimiento en todos sus ámbitos personales, tanto en el de la salud, como el social, además del afectivo, tras su traslado al barrio de su infancia. La mano derecha del protagonista será su sobrino favorito Tom, al que recupera inesperadamente, y con el que compartirá múltiples razones para seguir buscando los pequeños momentos de felicidad que aún le quedan por vivir.


Otros personajes que transitan por esta novela son el tramposo homosexual Harry Brightam, jefe de Tom y víctima de su propia codicia, la díscola y pródiga sobrina Aurora, junto a su espabilada hija Lucy, también la bella BPM, Nancy Mazzuchelli y su madre que terminará íntima de Nathan, compartiendo el secreto de la reciente homosexualidad de su hija Nancy con la pródiga Aurora, además de la hispana maltratada Marina, ilusión cotidiana de la envejecida masculinidad de Nathan, hasta la aparición violenta y amenazante de su marido Roberto, etc. , etc. , etc.



Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela le ha resultado entretenida, aunque su fábula, cargada de una exaltación sublime del optimismo, no le ha dejado ningún poso acerca de su valor estético o, simplemente, humano por su impostura.



Murmuran que a Juan sin Credo toda la trama de la novela le parece demasiado fácil, demasiado perfecta para ser verosímil. Así sucede con el viaje kilométrico en autobús, a través de varios estados, de una niña de poco más de siete años sin llamar la atención de ningún adulto o el rescate “in extremis” de la sobrina pródiga de las lascivas garras del reverendo Bob; por no decir de su “conversión” a la homosexualidad debido a la belleza innata de BPM, antiguo amor platónico de su paciente hermano Tom.

domingo, 3 de octubre de 2010

El violinista en el tablado



LA BUTACA NIHILISTA

Posiblemente, en cualquier otra ocasión que disponga de mayor solaz, explicaré la causa de tanto abandono e ingratitud sobre mi querido teclado. Tal vez, con la perspectiva del paso del tiempo, en un futuro no muy lejano, exista algún chiflado que podría interesarse en organizar mis pequeños sacrilegios textuales y escribir una tesis sobre el anticristo, el blasfemo, el iconoclasta Juan sin Credo. Entonces, gracias a ese desdichado filántropo, quedará desvelada la razón de mi sinrazón y de mi abulia

Tal tamaña acusación -que me posicionará ante los ojos de los ortodoxos cumplidores de la doctrina al pie del cadalso, junto a los más grandes heresiarcas de la historia- no me importa un bledo, pues estaba deseando volver a las butacas. Sentarme, salir y sentir. Salir en un enorme vuelo de pájaro breve que alcanza el agua de una nube. Sentir como el otro deja de ser su yo para transformarse en un nosotros y aplaudir a rabiar después de una sencilla y agradable puesta en escena.

Todo comenzó estando detrás de la obra de Saramago, entonces encontré en el catálogo de la Biblioteca de Paco Rabal un librito suyo titulado El equipaje del viajero que recoge una selección de sus artículos en prensa publicados a finales de los 60. Comenzaba septiembre y el Centro Cultural rebosaba de folletos de la Programación para el último trimestre del año. Desde el primer momento, me interesó el espectáculo de la Compañía Ara Malikián Essemble, titulado Cuentos del mundo-Armenia-Historia de un hombre feliz.

Hasta allí nos acercamos el 18 del mismo mes a las 20:00, con una Sala repleta de público que contaba entre sus filas un nutrido grupo de tan tiernos infantes, que en una amplia mayoría disfrutaron con los instrumentos de cuerda, endiabladamente tocados tanto por Ara Malikián como por Humberto Armas, Luis Gallo o Nacho Ros.

Oscuros los focos se levantó un perfume de sándalo que abría camino al cortejo musical en procesión por el patio de butacas. Los músicos vestían con unos chillones colores de seda, rasgando una melodía de presentación que servía de marco al cuento de la tradición oral armenia narrado por la cálida voz de Marisol Rozo.

Una vez llegados al desnudo escenario, en donde sólo se podía contemplar un banco verde de madera, dio comienzo dicha narración que estuvo acompañada por la música del propio Malikian, como por la de el compositor armenio Komidas, además de por la famosa composición de la Danza del Sable, perteneciente al también armeno Aram Khachaturiran.

El cuento pecó de extenso, en buena parte por el amplio público infantil que empezaba a inquietarse en las butacas; quizás el rey se podría haber ahorrado alguna que otra visita a la casa del hombre feliz. No obstante, el grupo se ganó el fervor de los asistentes, involucrándonos en la participación de parte del espectáculo y, sobre todo, con una nueva vuelta al escenario para repetir otros acordes, debido a unos estruendosos aplausos finales que, unánimemente, pidieron un bis.

En definitiva, las expectativas creadas en torno a la figura de Ara Malikian se vieron totalmente satisfechas incluso para el Príncipe de los Ángeles, Francisco I, aunque todo hay que decirlo; él fue uno de tantos otros niños que se revolvía en las butacas dando molestas patadas, bien es cierto que involuntarias, a sus siempre felices progenitores.