Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

domingo, 17 de octubre de 2010

A cada torturador le llega su san Martín

LA BUTACA NIHILISTA


Fíjense siquiera en la agonía de aquel tirano que se señoreó con firme paso castrense durante cuatro décadas por las parameras de nuestro solar hispánico. Este retaco de palio y sacristía fue un títere en manos de unos cuantos iluminados que querían hacer coincidir su muerte con la del creador de Falange, para rendirles honor y gloria eternamente. Por no hablar de la suerte que corrieron otros dictadorzuelos como el macarroni Benito -desfigurado su cadáver tras ser arrastrado a lo largo de las calles de Milán por un caballo enloquecido- o el matrimonio Ceausescu, fusilados sin contemplaciones por sus otrora partidarios y enterrados quién sabe dónde, puesto que los cuerpos sepultados en el cementerio de Ghencea han sido recientemente exhumados para determinar su identidad.


Asimismo parecía que nos iba a suceder al nutrido público asistente a la puesta en escena de Incendies, cuando en el “remodelado” Matadero de Madrid nos hicieron pasar a una nave que rezaba en su entrada Despiece de Cerdos. No obstante, si se me permite la arrogancia, el único cerdo es aquel que, no habiéndose aún finalizado las obras en el recinto, publica a los cuatro vientos la inauguración de un nuevo espacio escénico para regocijo y disfrute de todos los madrileños.


Dejando de lado estas pequeñas impertinencias, diré que mi segunda asistencia a la obra cumbre de Wajdi Mouawad, Incendies, ya que la había visto durante su estreno en el Teatro Español a finales de junio del 2008, no me reportó nada nuevo de lo visto en aquella ocasión, quizás la elaborada superposición de planos temporales que transmiten una atmósfera de pesadilla y angustia en esa búsqueda de los orígenes malditos.


Sin embargo, mi gran amiga, la aguerrida narradora oral, Zeniala Volvoreta si salió, como a mí me sucedió la primera vez, completamente conmocionada de la desgarradora historia que se presenta a los espectadores con un decorado donde predomina la forma geométrica. En su línea de alzada aparece un panel translucido de rectángulos que, en determinadas ocasiones de fuerte tensión dramática, reflejan distintas tonalidades cromáticas proyectadas por los focos de la sala. Del mismo modo, el piso está confeccionado con una serie de baldosines variopintos que simbolizan esa idea de mestizaje que se intenta transmitir durante todo el conjunto de la puesta en escena.


Como único mobiliario se muestra una serie no repetida de sillas de distintos colores, que van siendo dispuestas, a lo largo de la obra, con diferentes usos y significados. Por otra parte, aparecen, de manera puntual, un par de escaleras de tijera sugiriendo, naturalmente, el topoi de ascensionalidad.


La música también es variopinta, desde las melodías cercanas a la banda sonora de Amelie hasta los retumbes más sórdidos de los ritmos tribales. Lo más significativo de todos estos elementos es el uso simbólico que se hace de una manguera que dispara ráfagas de agua sobre la protagonista, como un flagelamiento vejatorio, que conduce al intermedio de la obra en un rápido torbellino de intensidad dramática.


Todos estos ingredientes forman parte de una historia eterna de la Ascensión y la Caída; la de la protagonista Nawal: una fuerza de la naturaleza que empuja su vida al movimiento, a la inquietud… a la acción. La muerte de su abuela, en su aldea natal de un lugar indeterminado del Extremo Oriente, la lleva a la búsqueda del conocimiento; un conocimiento que le valdrá los sinsabores del destierro, la violencia, el crimen…Envuelta en una atmósfera de guerra, horror y destrucción, Nawal se conocerá a sí misma y, asimismo, muchas de las grandes tragedias que se encierran en el interior del alma humana.


El aroma de la tragedia griega de Edipo perfuma el andamiaje estructural de la obra del libano-canadiense Wajdi Mouawad, pero éste último adquiere el grado de suficiencia realista al contextualizar el mito en un panorama contemporáneo de rabiosa actualidad (la sucesión ininterrumpida de conflictos bélicos en la cuna de las civilizaciones monoteístas), que, a su vez, no es nada más que una repetición circular del tiempo eterno de los hombres.


En cuanto a los actores (a pesar de la dificultad de la lengua -la francesa- subsanada, parcialmente, con paneles digitales en sobretítulos) hay que destacar la gigantesca figura de Antonie Ducharme, por ese gran torrente desbordado de comunicación escénica que manifiesta encima de las tablas. El canal de voz y actuación de este actor es enérgico: un caudal mecánico de producción dramática por sus ritmos, sus tonos y sus movimientos que acaparan la atención inmediata de cualquier espectador.


En definitiva, una puesta en escena que reivindica el contenido humano en un laberíntico recorrido retrospectivo que mira al futuro de nuestro presente para mostrar todo un abanico de pasiones, miedos y esperanzas; donde en cada escena se supera el conflicto con esa intención ética de la búsqueda de la Verdad y la Justicia, implícita y firme en los corazones de todos los hombres.


A la salida Zeniala, estremecida, hablaba de la catarsis y del laberinto sentimental con lágrimas en los ojos. Nos despedimos, siempre con el placer del agradecimiento, del más maestro que profesor Juan Antonio, artífice de la asistencia al evento. De allí salió la voluntad de apuntarnos a Littoral en el CDN dentro del ciclo Una mirada al mundo.

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