Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

jueves, 30 de diciembre de 2010

La prueba


La reseña con saña
Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído el último relato de John Boyne, autor de la exitosa novela El pijama de rayas, titulado La apuesta, confeccionado de cara al Quick Reads, con el fin de fomentar la lectura entre los adultos, que ha sido publicado por la editorial Salmandra y traducido por Patricia Antón en marzo del 2010.

Parece que el narrador está en primera persona y obedece a la conciencia del joven Danny Delaney.
Parece que el contexto histórico puede centrarse en la actualidad, aunque se descarta que sea la temporada 2008-9, año en el que el Norwich City no disputó la Premier League, pues en el relato se comenta que Luke Kennedy asitió a un partido de ese equipo contra el Arsenal. Parece que para el tiempo interno si se muestran precisos datos que enmarcan el relato durante el tiempo de las vacaciones de verano.
Parece que el espacio se ubica en el condado de Norfolk, el quinto más grande de Inglaterra, concretamente en su capital, Norwich. Parece que predominan los lugares cerrados, como la casa de la familia Delaney o, la de sus vecinos, la familia Kennedy, aunque también, en la parte final del relato, abundan los lugares abiertos de la ciudad a causa del deambular errático, durante tres noches, que emprende el joven protagonista al escaparse de casa.
Parece que los personajes principales son el adolescente Danny Delanny, que narra su atípico verano por culpa de un terrible acontecimiento que está a punto de erosionar a su familia, sus padres Russel y Raquel, su hermano -que aparece como el hijo pródigo, rescatando a Danny de las garras de la inconsciencia- Pete. Además, también, son importantes su vecino Luke, su madre Alice y su padrastro, Benjamín Benson, con el que Luke no tiene una buena relación. Por último, no se pueden olvidar dentro de esta relación para la importancia de la trama la familia Maclean, cuyos progenitores son Michael y Samantha y los descendientes son Sarah y Andy.

Dicen que Juan sin Credo opina que este tipo de ejercicios narrativos sirven para fomentar el hábito de la lectura, sobre todo, en los más jóvenes y piensa recomendar este título a sus alumnos. Sencilla lectura que ofrece una breve historia que no tiene mayor pretensión que la de entretener, sin ofrecer ningún tipo de complicación añadida sino la de mantener la familia unida ante las dificultades que van surgiendo a lo largo de la vida.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Todo es silencio



La reseña con saña

Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo se ha leído la última novela de Manuel Rivas, Todo es silencio, publicada por la editorial Alfaguara en octubre del 2010.

Parece que el narrador está en tercera persona, aunque en momentos puntuales la voz pasa a la primera persona de la mano de Chelín, sin quedar demasiado claro a qué impulso del autor obedece este cambio.

Parece que el tiempo externo o contexto histórico se divide en dos etapas. La primera comprende la infancia de los protagonistas, en las postrimerías del franquismo. Tal afirmación se deduce gracias a datos como la furgoneta de los hippies acampados en la playa, las monedas con el águila imperial o las alusiones a las folclóricas del momento. Por otro lado, la segunda etapa se inserta, como mucho, a finales de la década de los ochenta. Aquí, sin embargo, no aparecen tantas referencias temporales y la única guía es el tema principal de la narración: la Galicia mafiosa embadurnada hasta los tuétanos en los turbios asuntos del narcotráfico. El tiempo interno, entonces, refleja, aproximadamente, unos veinte años, desde el final de la niñez hasta la madurez de los personaje principales.

Parece que el espacio se ubica en el ficticia aldea de A de Meus Concello de Bréntema, situado en la Galicia atlántica. Predominan los lugares abiertos, sobre todo la playa, el cabo de Cons, el crucero de Chafariz o el río Mar, pero también los cerrados como la mítica y ruinosa Escuela de los Indianos o la posada Ultramar.

Parece que el personaje principal es Mariscal, Tomás Brancana, el prototipo de capo gallego, que primeramente ejerce como contrabandista pero que termina relacionándose con los grandes narcotraficantes colombianos que eligieron Galicia como ruta de entrada de la cocaína en Europa. Los otros son los niños que crecen bajo la tutela de este hombre carente de prejuicios y que continuarán con el próspero y maléfico negocio hasta extender una sucia red sobre todas las instituciones, ahogadas en un charco pestilente de corrupción. De este modo aparecen Víctor Rumbo, alias Brinco, Nove Luas y Chelín Balboa. No obstante, existe un antagonista que no se suma a tal lucrativo negocio y se pone del lado de la ley, Fins Malpica, consiguiendo, finalmente desarticular la red mafiosa.

Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela le ha resultado satisfactoria por dos razones, principalmente. La primera se refiere al tema tratado; la Galicia que estuvo a punto de convertirse en la Sicilia de Atlántico y que gracias a la intervención de las fuerzas de seguridad, -también, aunque no aparezca en esta novela, al grito de las madres coraje que veían a sus hijos caer como cucarachas por el veneno de la heroína- se pudo frenar, encarcelando a los grandes capos como los Oubiña o los Charlines. La segunda razón ha de buscarse en la prosa bella y el exquisito gusto literario que muestra el autor a la hora de confeccionar el armazón narrativo.

martes, 28 de diciembre de 2010

En danzas y desventuras de Juan sin Credo

LA BUTACA NIHILISTA

Las últimas jornadas del curso, antes de las vacaciones de Navidad, toman, muy a menudo, un ritmo trepidante que siempre suelen coronarse con una bajada espectacular de las defensas y la posterior postración convaleciente de unos días en la cama.

Ante ese previsible y temido mordisco enfebrecido de las bacterias estreptococos, que tanto disfrutan anidándose en la garganta de nuestro bienamado Francisco I, el Príncipe de los Ángeles, preferimos anticiparnos y nos acercamos hasta el Teatro Buero Vallejo de Alcorcón, para contemplar el espectáculo de danza infantil titulado Berta en el Desván, propuesto por la compañía residente en Coslada LARUMBE.

El amplio patio de butacas, con más de novecientas localidades, estuvo prácticamente lleno. En general el público infantil, salvo contadas excepciones, se supo comportar a la altura de las circunstancias. Esta actitud demuestra que la importancia del trabajo sobre las tablas dirigido a los niños cuenta, la mayor parte de las veces, con un factor indispensable para el éxito del montaje. Este factor no es otro sino la sencillez y dejémonos de algaradas y de público interactivo que sólo consigue excitar al respetable y convierte el espectáculo en mera sordidez apabullante de lloros, gritos y demonios.

Previamente a la puesta en escena salío, a la manera del prólogo brechtiano, una de las responsables de la promoción y distribución de la compañía advirtiéndonos de la abstracción simbólica de la danza, en donde la palabra cede su espacio al movimiento corporal que, acompañado de una buena selección melódica, se encarga de transmitir todo el peso del argumento de la obra.

Éste trata sobre los sueños que tiene la joven Berta, Sara Mogara, en el desván de su casa, en el que comparte con otros dos personajes imaginarios, Joaquín Abella y Clarissa Castro, una pugna por los varios objetos de color que en ese lugar se encuentran. El lenguaje del cuerpo de Clarissa es realmente sugestivo, repleto de unas curvaturas expresivas que marcan las pautas rítmicas de la sorpresa, el miedo o la esperanza. Mientras la apostura de Joaquín Abellán, brillante en el vestuario, centra y demanda la atención de las posibles carencias del vacío escénico en las que algunas veces zozobra el espectáculo. Del mismo modo, llama la atención el acierto del uso de las nuevas tecnologías con la pantalla que proyecta las imágenes de esa familia gris, cuya madre, interpretada por Daniela Merlo, asesora, también de la dramaturgia, nos recuerda a esos personajes cómicos del cine mudo.

En fin, la experiencia de asistir, por primera vez en el caso de Francisco I, el Príncipe de los Ángeles, a otra de las disciplina de las Bellas Artes resultó muy positiva. Sin embargo, esa misma tarde empezó a sufrir una fiebre que le tuvo toda una semana fuera de juego, convirtiendo los últimos momentos del trimestre en una pontificación de la infatigable constancia de la paternidad, en aras de un sacrificio desinteresado con miras al panteón ilustre de la gloria anónima.

lunes, 27 de diciembre de 2010

El amor verdadero (elegida por los críticos del Babelia como segunda novela mejor del año)


La reseña con saña

Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído la última novela de José María Guelbenzu, El amor verdadero, publicado por la Editorial Siruela, en su colección Nuevos Tiempos, en abril del 2010.

Parece que el narrador está compuesto de tres voces; la primera es la del narrador omnisciente, el cual se presenta, en la última línea de la novela, con el nombre de Asmodeo (El diablo cojuelo). Un narrador omnisciente de los de toda la vida que interpela, constantemente, al lector con un grado elevado de confianza que permite acercar los hechos haciéndolos muy próximos.
Parece que las otras dos voces están en primera persona. La primera de ellas, la que más peso tiene dentro de la novela, -de hecho la Parte final corre de su cuenta- es la de uno de los protagonistas, Andrés Delcampo. Una voz que habla desde el presente y que, en el transcurso de una tarde y el principio de una noche, reflexiona sobre el amor verdadero que le une a su esposa Clara; un amor duradero que sólo podrá ser interrumpido por la muerte.
Parece que la tercera voz narrativa se encarna en la figura de Clara Zubia, una voz que irá creciendo conforme va avanzando la trama narrativa. Un acierto formidable por parte del autor que es capaz de ir transformado el contenido psicológico del monólogo interior de la protagonista, que si en un principio es frívolo, abrupto y deshilachado con el transcurso de los acontecimientos se convierte en un pensamiento más sereno, más reflexivo y más enriquecedor.

Parece que el contexto histórico se centra en los últimos cuarenta años de la vida social y política en España en una progresión cronológica, sólo interrumpida por la reflexiones de Andrés, primero en la terraza del restaurante al lado del mar Cantábrico y luego en el apartamento mientras contempla el dulce sueño de Clara. De esta manera aparecerán los hechos históricos más relevantes de esta etapa de la historia, como la expulsión de la cátedra de Aranguren y García Calvo, el proceso 1001, el atentado sobre Carrero y la muerte de Franco, el fallido golpe de Estado del 81, la esperanzadora victoria de los socialistas hecha después trizas por los graves casos del corrupción, la entrada en la CEE y en la OTAN, el despilfarro de los Juegos Olímpicos y el Expo de Sevilla, la vergüenza del caso Roldán, la vuelta al poder de la derecha y su mayoría absoluta del año 2000 y la masacre del 11-M, aún fresca en la memoria.

Parece que el tiempo interno de la narración coincide con estos cuarenta años, siendo significativo como el autor imbrica la historia con mayúsculas en la cotidianeidad de la vida de sus personajes. En este sentido es magistral la concomitancia de la muerte de Franco con el descenso a los infiernos -al modo de los eternos personajes de Valle, Max Estrella y su secuaz Latino de Híspalis- por los sórdidos tugurios del Madrid del barrio de Argüelles, que realiza Andrés con los tres bohemios, el tío Pedro Cadavia y sus dos amigotes de correrías Juan de Septiembre y el poeta feerico, Juan de Dios Álvarez Palacios, alias John Palacius.

Parece que el espacio se ubica en el Madrid de la burguesía, el paseo de Rosales, el Parque del Oeste, así como la Ciudad Universitaria, la calle de Cartagena o la plaza de Manuel Becerra, lugares en los que destacan las múltiples tabernas que se citan como el café Teide, el bar el Avión, el café Chun Chao, la taberna taurina El Sobrero, el bar Melbourne, el local Bourbon o el Mr Picwick. No obstante, los primeros instantes de la trama narrativa ocurren en el pueblo de la meseta castellana, del que los protagonistas son originarios, y, como se ha citado con anterioridad, la novela finaliza con el sonido del mar Cantábrico de fondo.

Parece que los protagonistas esenciales son la pareja ideal formada por Clara Zubia y Andrés Delcampo pero también pueden considerarse importantes el tío Cadavia, nigromante causante del hechizo de amor entre Clara y Andrés, cuando contaban tan sólo con cinco años, y la pandilla de amigos, entre los que sobresalen el gigoló, muerto de sida, Héctor, alias Chunchi Mendina, el haciendo honor a su apellido, Luis Bonafé, o el poeta racionalista Fabio Bertoldino.
Parece que entre la multitud de secundarios se pueden rescatar al padre de Andrés, el funcionario leal en el Servicio Nacional del Trigo, Baldomero Delcampo, los amigos Mendo Méndez, el Mendaz -muestra del personaje sin escrúpulos que se quiere enriquecer a toda costa, nacido en la transición del país a la modernidad y del que desgraciadamente todavía campea a sus anchas en los gobiernos autonómicos, provinciales o locales- el novelista de segunda Mateo Perdiz, la tía buenísima Julieta Romero, amiga de Clara desde la Facultad, las hijas de la pareja, Beatriz y Marta, las madres de ambos, fallecidas en un accidente de autobús en viaje del Imserso, Adela, la hermana continuista de Clara, Cosme, el padre de Clara, preboste del régimen y el ángel, hijo de la viuda de Zárate, despreciado por el otrora protegido de su familia Cosme, que terminará en las fauces de los opresores, creando una conciencia de culpabilidad en Clara que será, entre otros, uno de los motivos fundamentales de la intriga narrativa.

Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela le ha parecido uno de los acontecimientos literarios del año, a esperas de que en los tres meses que aún restan de negocio editorial aparezca alguna otra novela capaz de competir en calidad con esta obra maestra de Guelbenzu.
Dicen que acaso a esta lúcida, entrañable y completísima novela se le puede reprochar una pizca de inverosimilitud en los parlamentos que en ocasiones mantienen los personajes, muy hinchados de retórica, y, por lo tanto, bastante alejados de la lengua oral.
Dicen que la novela está repleta de buena literatura, -aparte de los encabezamientos de cada capítulo, abundan las citas y los versos de los grandes poetas del XX- cine y música y que se convierte en una delicia para aquellos lectores que buscan el deleite y el placer en una lectura ágil a la vez que concienzuda sobre la historia de España en los últimos cincuenta años.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El recio orgullo de la villanía

La butaca nihilista
Vista la trayectoria de los nuevos tiempos que corren, a los que la Casa de Abascal no les va a la zaga, el siempre discreto de su ilustre Secretario, el buen Joan Sermo, me había hecho llegar, vía correo electrónico, la última algarada del Conde animándonos a asistir al Teatro Pavón, sede privada, y ya decana, de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, aunque el mensaje principal de la obra representada, atentará frontalmente contra los principios básicos de su clase aristocrática: ¡¡ una jurisdicción única para todos!!

De ahí la lectura democrática, pero no populista, de su fina inteligencia. El conde de Abascal, con sus elogiosas palabras, da muestras de un sabio aprecio por el trabajo bien hecho, incluso el realizado por un tosco villano que emplea el sudor de sus manos para acumular una rica hacienda.

No obstante, para la temporada 2010-11 ya había obtenido, previamente, el abono. Un hijo de algo hispánico tiene que premiar con su fidelidad el patrimonio cultural que pone en escena los vicios y las virtudes de sus ancestros y qué mejor reflejo para reforzarlas que contemplarlas en los personajes eternos de nuestro excelente teatro clásico.
El alcalde de Zalamea, del gran Calderón, pertenece a ese selecto puñado de obras que han convertido el teatro español en un paradigma de la inmortalidad de algunas de las características principales de la raza hispana. Éstas son el honor y el anhelo de justicia.
Desgraciadamente, y por culpa de un exacerbado culto al becerro de oro, se han ido perdiendo, paulatinamente, dichas cualidades y son un sinfín de politicuelos y de podridos empresarios los que campan a sus anchas sin que aparezca el menor movimiento de indignación por parte de una ciudadanía cautiva a los grandes acontecimientos de la ínfima épica deportiva que tan bien distraen la atención. Por no hablar de la búsqueda de una cabeza de turco, presa y diana del vilipendio de los usuarios aeroportuarios, mientras se debate la reforma de las pensiones para los trabajadores, exceptuándose la vitalicia de los diputados que con sólo siete años de escaño se la llevan completa en las alforjas.

Me tendrán que disculpar, mis queridos y únicos lectores, pero es que la situación general anima a vocear desde todos los ámbitos un cambio social, una justicia para todos. Al menos Lorenzo Caprile rebuscó en los amplios desvanes de la Compañía los fabulosos trajes que se lucen durante la función.

El duelo dialéctico de réplicas y contrarréplicas entre Joaquín Notario, en el papel de Pedro Crespo, y José Luis Alonso, representando a Don Lope de Figueroa son memorables, dignas de un combate de pugilato entre dos pesos pesados. Del mismo modo, la escena del soliloquio de Isabel, a la que da vida la espléndida Eva Rufo, al inicio del tercer acto, es un canto a la desgracia del ultraje sometido por la arrogancia de los más fuertes; una pasión que desborda los límites de un parlamento muy criticado en su día por Menéndez Pelayo por su alto grado de retórica literaria. Eva Rufo sabe trasmitir una esencia íntima de sensibilidad femenina y conmueve sentimentalmente al espectador con la tragedia que se le avecina al haber perdido su honra a manos del prepotente capitán don Álvaro de Ataide, interpretado por Ernesto Arias.

La escenografía es, igualmente sobria, muy del gusto conceptual y abstracto al que nos tiene acostumbrados Eduardo Vasco, como así pudimos observar tanto en La Estrella de Sevilla como en La moza de cántaro. La encargada para la ocasión es Carolina González, que hace uso de un par de muros de madera, color nogal, en suspensión, para crear los diferentes espacios de la obra, la casa de Pedro y el pueblo de Zalamea de la Serena, aparte de los cinco líneas verticales, también de madera, que forman pasillos al fondo, y sirven para dar cobijo al soliloquio de Eva Rufo, en las afueras del pueblo.

Mención especial en este escenario casi desnudo tiene la iluminación, realizada por Miguel Ángel Camacho, que es capaz de crear los planos básicos de la acción, como, por ejemplo, en la escena del bosque, que con los toques en tono ámbar, rojizo y anaranjado pretende simbolizar los árboles, y, también crea los ambientes necesarios y cierta sensación e impresión de lugar, así sucede en esa misma escena que se consigue la impresión de exterior con la entrada de luz asemejando la de la luna llena.

En resumidas cuentas, un clásico muy clásico que triunfará por todas las plazas de España en donde se represente. Un buen texto, unos buenos actores y una mejor puesta en escena garantizan el éxito para que todos los aficionados a nuestro teatro áureo disfruten con esta pieza de nobleza bizarra del castizo sentimiento de unos antepasados que se estarán frotando los ojos de vergüenza, allí donde estén, por culpa de este inmovilismo enfermizo que nos va a llevar a la quiebra estructural de una sociedad apática y egoísta.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fiesta en la madriguera


La reseña con saña

Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído la primera novela del autor mexicano Juan Pablo Villalobos, Fiesta en la madriguera, publicada en la colección Narrativas hispánicas de la editorial Anagrama, en mayo del 2010.

Parece que la voz narrativa está en primera persona y pertenece a un niño, hijo de uno de los principales narcotraficantes del país. El contexto histórico está centrado en la actualidad, mientras que el tiempo interno dura apenas unos meses, aunque es una aseveración hipotética puesto que tal espectro temporal no se muestra de manera explícita. El espacio se ubica en el palacio del capo mexicano, en París, camino de Libera, y en la capital de ese estado africano, Monrovia. Los personajes principales son el peculiar e inocente infante Tochtli, que vive cautivo en un mundo irreal debido a la condición clandestina de su padre, Yolcaut, y el maestro del pequeño, Mazatozin, el único que parece ofrecer una muestra de sensatez a esa vorágine de muerte y terror en la que están sumidos el resto de los otros personajes.

Dicen que a Juan sin Credo esta novela corta le ha parecido muy interesante al tratar un tema enormemente dramático desde una perspectiva infantil, que quita hierro al asunto y transforma el principal problema que existe en la actualidad en México, el crimen organizado, en una fiesta delirante repleta de disparatado sentido del humor. Dicen que también le ha sorprendido el uso símbolico de los nombres nahuatles, entendiendo que el autor quiere vincular la situación del momento con el origen ancestral del pueblo mexicano, siendo la violencia, entonces, una seña de identidad indeleble.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Sinfonía de pañuelos


LA BUTACA NIHILISTA

Tras las desgarradoras lágrimas que vertió la aguerrida Zeniala durante la contemplación de Incendies en las Naves del Matadero en el mes de septiembre, no nos quisimos perder una de las primerizas obras del autor canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad, Littoral. El espectáculo cerraba el ciclo programado por el CDN titulado Una mirada al mundo, que desde principios de octubre se ha encargado de poner en escena las dramaturgias del bielorruso Pankov, el noruego Kompani, el alemán Ostermeier y el belga Cassiers, amén del citado Mouawad.

La historia perfila varios de los asuntos que con tanta maestría se tratarán en Incendies. Aquí encontramos, otra vez, los ecos del mestizaje, del dolor y la crudeza de la guerra, o de las grandes tragedias clásicas, como así sucede con el cadáver del padre por el que se suplica para que pueda ser enterrado en la tierra que le vio nacer. En fin una tragedia que conmueve pero que no está tan bien construida como la posterior Incendies. Al final el sopor se apodera del espectador atrapándole entre las costuras de la butaca, inquietud también provocada por el galimatías de tener que franquear la versión original en francés con los escuetos sobretítulos.

Sin embargo, el montaje es de nuevo excepcional. Me fascina la capacidad de simultanear distintas secuencias de acción actoral en el escenario, dentro de un mismo instante, sello propio del autor. Además, en esta ocasión, también se repite el baño de pintura. En cambio lo más impactante se encuentra en el derribo del panel principal, con un gran estruendo, para crear un diferente espacio escénico, marcado con una difusa y tenue iluminación. Richard Thériault vuelve a ser mi actor preferido, el albacea de Incendies, que representa aquí a ese padre muerto sin tumba. De la misma manera, me agrada el papel interpretado por Jean Albert sobre El caballero Guiromelán, alter ego del protagonista Wilfrid, Emmanuel Schwartz, que simboliza la perdida de la inocencia y el abandono de la fantasía propia de la niñez.

En definitiva, visto Incendies, esta obra nos pareció el material de ensamblaje que otorga a la primera la categoría de una de las mejores obras de teatro del panorama internacional de la última década.

martes, 14 de diciembre de 2010

Lo que sé de los hombrecillos




La reseña con saña

Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído la última novela de Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, publicada por la editorial Seix-Barral en octubre del 2010.

Parece que el narrador está en primera persona, el contexto histórico se centra en la actualidad, el tiempo interno transcurre durante la primavera, el espacio se ubica en una gran ciudad y los personajes más importantes son el protagonista, y a su vez narrador, el profesor emérito de economía y escritor de aburridos artículos científicos, y los hombrecillos que habitan a su alrededor. Otros personajes menos importantes son la tercera mujer del profesor, rectora de la universidad, la hija y su pareja de esta última y los jóvenes vecinos del piso de enfrente.

Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela corta le ha parecido confeccionada con un ritmo trepidante, puesto que la urdimbre narrativa está sazonada con tal intriga y suspense que le ha llevado a leérsela de una sola vez. Dicen Juan sin Credo piensa que la trama está vinculada a los autores sajones, tanto a Swift como a Stevenson, en cuanto toca el tema del desdoblamiento con esos, llámese en esta ocasión, hombrecillos que pupulan cerca de nosotros y son capaces de doblegar la voluntad más ferrea. Sin embargo, el final le ha resultado atropellado y abrupto, cecernado el autor bruscamente la divertida e interesante historia del anodino profesor que se deja llevar a la perversión y casi al crimen por culpa de su otro yo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Los Once


La reseña con saña

Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo se ha leído la última novela publicada en España de Pierre Michon, Los Once, galardonada con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, traducida por María Teresa Gallego Urrutia y publicada por la editorial Anagrama en septiembre del 2010.

Parece que el narrador está en primera persona y se encargará de contar a su interlocutor, que no es otro sino el lector, las páginas recogidas por el historiador Jules Michelet, acerca de la gestación del cuadro de los Once y la genealogía de su pintor, François Élie Coretin.
Parece que el contexto histórico se centra en el periodo del terror revolucionario que acabó con el Antiguo Régimen en Francia, aunque la historia retrocede hasta 1730 y avanza hasta 1852.
Parece que el tiempo interno transcurre a la vez que el dedicado por el lector a la propia lectura de la novela.
Parece que el espacio se ubica en el valle del Loira, en Combleux y Orleans, en la Iglesia de Saint-Nicolas y en el Louvre.
Parece que los personajes más importantes son el pintor Corentin, los jacobinos Bourdon, d´Herobis y el historidador Michelet.

Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela le ha parecido muy interesante, en primer lugar, respecto a la trabazón de su arquitectura narrativa, donde una voz habla sobre la investigación que a su vez hace un falso historiador sobre un falso pintor, reflejando una vivaz veracidad tras unos datos trazados con unos precisos lazos de parentesco. Posteriormente, la novela le ha impactado por ese sesgo culturalista que propone el autor al plasmar esos oscuros fantasmas de finales del siglo XVIII tan próximos en hipocresía y capacidad de manipulación a la clase política actual.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Ni dios, ni amo y, por supuesto, sin Credo


Con motivo del centenario de la C.N.T. nuestro siempre iconoclasta Juan sin Credo ha elaborado un pequeño texto que sirve de homenaje a todos aquellos libertarios que han construido una corriente de pensamiento alternativa ante esta sociedad actual que se desmorona por injusta e insostenible.

Podría escribir sobre arqueología política y ponderar, nuevamente, la repercusión de la Revolución española en el ideario anarquista universal. No obstante, me parece que éste es un asunto más propio de los historiadores. Con respecto a este tema se puede consultar el imprescindible estudio, de reciente publicación, llevado a término por la doctora en Historia Contemporánea Dolors Marín, con el título de Anarquistas: un siglo de movimiento libertario en España.

De la misma manera, también tendría que caer en el oportunismo para crear un estéril debate sobre la validez de las tesis pertencientes a una Central Sindical que aglutinó en su momento de mayor apogeo, a finales de 1931, unas 800.000 almas. Únicamente me interesa rescatar, a modo de dardo envenenado para aquellos que se sientan aludidos, unas palabras de Carlos Taibo, recogidas en el epílogo de su antología Libertari@s, en donde dice: “hay que rehuir de todo aquello que acarree la delegación en otros de las decisiones que nos afectan. En este sentido habría que recordar el efecto nefasto que la profesionalización de la política, tantas veces plasmada en la figura de los liberados, ha tenido con el paso del tiempo”. Ahí queda tirado el guante para quien quiera recogerlo.

Se hace evidente que desde cualquier ámbito desde el que se trate, la utopía anarquista necesita de un compromiso enérgico y combativo, principalmente, de uno consigo mismo, para poderse convertir en una posibilidad real de alternativa al sistema. Cuanto menos, esta valiente y noble actitud, de perseverar, prospera y acaba transfromando al ácrata en un ser con una hechura moral diferente a la de otros, más irresponsables o conformistas.

Siendo pues el campo de estudio tan inabarcable, ciertamente prefiero dedicarme a esparcir unas breves ideas para evitar atascarme en el complejo fárrago de una teorización ineficaz. Quizás estás minúsculas semillas aporten un pequeño soplo de confianza para que el movimiento libertario deje de estar invisibilizado y se consolide como una propuesta legítima ante el agotamiento del capitalismo. Sistema que cada vez ahonda más en las desigualdades entre las clases sociales y destruye, cada vez a pasos más agigantados, la vida del planeta.

Y donde digo mis ideas, amplifico mi insignificante voz con la de los grandes pensadores como Noam Chomsky, Cornelius Castoriadis, John Zerzan o Murray Bookchin. Gracias a su estudio contumaz sobre la cuestión se puede decir, entre otras muchas aseveraciones, que el anarquismo reivindica el peso del apoyo mutuo y de la solidaridad frente a la malsana competitividad que nos arrasa desde todos los ámbitos. Incluso que se opone a la dominación del hombre por el hombre, concepto denominado domesticación.

Otra de las ideas clave que se pueden ofrecer con una certera validez, habita dentro del término llamado municipalización. Éste se refiere a construir la sociedad en su conjunto desde la base del asociacionismo. El municipalismo libertario debe, primero, resucitar y después extender la democracia directa local, de tal forma que los ciudadanos adoptemos decisiones que afecten a todas aquellas comunidades en las que participamos.

En definitiva, como ya se ha comentado, la revolución social tiene que venir dada por una gran exigencia de la propia clase trabajadora a sí misma. Tal esfuerzo valdrá como estímulo para abandonar la situación de dependencia e ignorancia que abrirá nuevas vía validas de acceso a la construcción de un mundo nuevo. Para finalizar, se puede concluir en que el momento actual es francamente regresivo, porque frustra la emancipación del individuo al encontrarse con unos cauces de participación tan regularizados e institucionalizados. De ahí la necesidad de una democracia directa, una tecnología humanista y una sociedad descentralizada.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El alquimista impaciente


La reseña con saña


Se oye comentar a la gente del lugar que Juan sin Credo ha leído la novela galardonada con el Premio Nadal del año 2000, El alquimista impaciente, perteneciente a Lorenzo Silva, publicada por la editorial Destino, dentro de la colección Delfín y Áncora, en febrero de ese mismo año.

Parece que el narrador está en primera persona y no es otro sino el anodino guardia civil Rubén Belivacqua.

Parece que el contexto histórico se enmarca en la misma contemporaneidad de la fecha de publicación de la obra. Se citan con frecuencia las nuevas tecnologías como el teléfono móvil y la paulatina informatización de los archivos policiales.

Parece que el tiempo interno de la narración se centra desde los primeros de abril, tras la aparición del primer cadáver que desencadena la investigación, hasta las primeras noches de octubre cuando, finalmente, el caso se resuelve.

Parece que el lugar del crimen se ubica en la comarca de la Alcarria, aunque también aparecen otras ciudades como Madrid o la Costa del Sol. También se puede señalar la presencia del espacio de la Central Nuclear en el desarrollo de los acontecimientos.

Parece que los personajes más importantes son la pareja de la Guardia Civil que se encarga de resolver el asesinato del ambicioso Trinidad Soler, el citado Belivacqua y su acompañante Virginia Chamorro. También son importantes los caciques de la zona, enfrentados entre sí por acaparar las subcontratas de los servicios en los alrededores, León Zaldívar y Críspulo Ochaíta.

Dicen que a Juan sin Credo la lectura de esta novela le ha parecido entretenida, en cuanto a que el género policiaco es aquel que más le divierte. Sin embargo, la intriga de los sucesos no le resulta nada convincente, ya que le parece de lo más obvia, sin ningún tipo de atractivo literario. Mucho peor le ha resultado la figura del investigador, puesto que no aporta ni un mínimo de los rasgos esenciales que puedan resaltar su personalidad y le acerquen, siquiera, a los estereotipos singulares que pueblan este subgénero narrativo tan prolífico.