Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

lunes, 25 de octubre de 2010

El Brujo desembrujulado






LA BUTACA NIHILISTA




Escribía hace algunos días el gran merengón Alfredo Relaño, en su columna diaria del AS, sobre el buen momento de juego que están atravesando los blancos, arengados por el peculiar estilo de su entrenador portugués Jose Mourinho. Confiaba que la buena racha se tendría que ver refrendada contra otro gran equipo, a resultas de su enfrentamiento con el siempre temido AC Milán del magnate Pantalone Berlusconi.



Ante ese mismo primer gran enfrentamiento de la temporada, me encontraba cuando me acerqué al Teatro María Guerrero para contemplar el último órdago dramatúrgico de El Brujo, El Evangelio de San Juan, al que asistí felizmente acompañado de los siempre discretos condeses de Abascal, los marqueses de EsPerales y mi adorada Luz Sonora de la Partitura.



Ya había tenido el honor de presenciar los encantos paraverbales y dialógicos de su repertorio con su anterior espectáculo El caballero de la palabra, en una plaza de segunda, Torrejón de Ardoz, cuna de mi amantísimo amigo, el siempre magno Doctor D´ia Trives. De ahí nacía mi inquietud, pues en aquella ocasión no tuve el placer de salir muy satisfecho, a pesar de las estruendosas carcajadas con las que el respetable torrejonero, que por cierto abarrotaba la Sala, agasajó los chascarrillos y bastonazos del veterano actor.



Tampoco sobraron butacas esta vez en el gran recinto de la capital. La escena abierta mostraba el estudio de un nigromante del Logos, con una mesa de madera llena de cartapacios a la izquierda del espectador, unos candelabros, también de madera, diseminados por el tablado y una pizarra en el medio con el símbolo teológico del Verbo o Hijo de Dios. Tanto a izquierda como a derecha, dos por cada lado, se situaron unos músicos con instrumentos de viento cuerda y percusión. De azul celeste, con unos pantalones bombachos y una camisa ancha de lino, apareció el gran mago; Rafael Álvarez, El Brujo.



Desde el bautizo en el río Jordán hasta la resurrección de Lázaro, pasando por las bodas de Cannaán o la Última Cena, El Brujo se sumerge en un laberinto donde el maremágnum de fuentes, traducciones o interpretaciones sobre la figura de Cristo se ofrece como una cosmovisión espiritual alejada del cualquier pretensión racional que pretenda encasillar la doctrina en un único punto convergente. Así es el Evangelio de San Juan; una corriente cultural, gnómica y apocalíptica que plasmó su veta lírica en intentar comprender y aunar las diversas teorías teosóficas que pululaban por la región de la actual Palestina, allá por los primeros años de nuestra era, marcada por el nacimiento del Mesías, Jesús de Nazaret.



Toda esta vertiente mística se adereza con un buen puñado de chistes referidos a la más reciente actualidad. Además hay que apuntar un nutrido repertorio de saltos, guiños y zapatazos que descargan la tensión intelectual del mensaje para rebajarlo a la categoría de lo bufo o carnavalesco. De la misma manera, la azulona atmósfera creada por la iluminación de los focos sobre el escenario, ayuda a enmarcar el acto dramático en esa dimensión infinita y eterna de un universo en un constante movimiento.



Aún así, tras una hora y quince minutos, incluido el descanso, el último tramo se convirtió en un suplicio. Al Brujo ya no había por dónde agarrarle. ¿Se había desinflado tras el descanso? Una carta electrónica del secretario de mi querido cofrade el conde de Abascal, su sufrido Joan Sermo, me puso tras la pista.


-Toda la obra se había sustentado en una gran pantomima carente de conflicto dramático. Ese hechizo que nos mantuvo durante algún tiempo concentrados, boquiabiertos, incluso sonrientes se desvaneció en cuanto se encendieron las luces de la Sala y desapareció el rumor de las estrellas centelleando a la luz débil de las candelas...-



En definitiva, una propuesta escénica arriesgada que se fractura con el intermedio y que necesitaría una descarga de alguna que otra secuencia para aligerar el entramado borroso de la parte final; siendo el más sólido valor de todo el conjunto de la obra la gran experiencia, el tremendo desparpajo y la entrega de un público siempre fiel del inigualable Rafael Álvarez, El Brujo.

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