Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

sábado, 30 de abril de 2011

El lazarillo de Ítaca y Pepe Ortega


La butaca nihilista

EL LAZARILLO DESINTEGRADO

Tendría que remontarme diez meses en el calendario para rememorar esa cálida noche estrellada del mes de julio cuando -en ese marco incomparable del claustro del Colegio del Rey del Instituto Cervantes en Alcalá de Henares, que tiene como techo la gran bóveda celeste y los multitudinarios nidos de las cigüeñas en los campanarios aledaños- presenciamos por primera vez El lazarillo de Tetuán de la mano de la compañía Ítaca Teatro, bajo dirección de Pepe Ortega y con la magnífica interpretación de Rafa Diez Labín y Diego Santos.

Evidentemente, no puedo mostrar nada más que palabras de elogio gratamente edificantes sobre esa puesta en escena tras un soberbio trabajo actoral que trata de poner en pugna la controversia humana entre dos posturas radicalmente opuestas, tras las que subyace un conflicto vital y de compromiso con la idea de tolerancia y solidaridad, originado a partir de una visión social que arranca desde un lucha por la mera supervivencia frente a otra perspectiva más idealizada y pequeño burguesa.

Por consiguiente, el montaje de Pepe Ortega parte desde dos planos interrelacionados, donde se combinan los diferentes puntos de vista que reflejan una sociedad actual temerosa de la integración real del emigrante. Se pretende su redención pero con ciertos límites. De fondo, el juego de la metateatralidad permite paladear los episodios más sabrosos de nuestra inmortal novela picaresca, entre los que destacan el del ciego, el clérigo de Maqueda y el del famélico hidalgo.

Mientras tanto, los actores, que
ejecutan una labor de alta precisión especializada, son la principal herramienta para elevar el elaborado andamiaje de la propuesta dramática de Pepe. Rafa Diaz Labín, que encarna la figura del joven marroquí excluido del sistema por su pertenencia a un mundo repleto de miseria e injusticia que ya le ha condenado de antemano, resuelve a la perfección el adecuado acento de la extranjera voz de su personaje; además de completar con su enorme presencia escénica cada uno de los rincones y huecos posibles sobre las tablas cuando realiza el papel de Lázaro -gracias a su coraje gestual y dinámico y al ritmo sonoro de los melódicos soplidos de su flauta-.

Por otro lado, Julián L. Montero desempeña a la perfección la figura del redentor de cara al escaparate pero temeroso e indeciso profesor de teatro Santiago, que es incapaz de romper con los prejuicios de índole moral relacionados con la aceptación plena del individuo en inferioridad de condiciones. Del mismo modo, encaja con suficiencia el papel de cada uno de los amos de Lázaro, siendo memorable su representación tanto del ciego como la del clérigo de Maqueda.

Como decorado se proponen las piezas móviles de madera, tan propias de la escenografía de la compañía Ítaca, que se van convirtiendo en púlpito, arcón o tumba mientras que el vestuario es sencillo y consiste en diferentes prendas dependiendo del personaje aunque destaca, por simbólica, la elástica de la Roja enfundada por Rachiff. Por último la iluminación cumple una función simple pero eficaz y necesaria.

En definitiva, una acertada perspectiva pedagógica desde la lectura teatral que nos plantea la compañía Ítaca, puesto que no sólo abarca los contenidos de una de las obras cumbres del patrimonio literario en castellano sino que aporta una óptica amplia sobre la educación en valores al mostrar ese conflicto del hombre del primer mundo en una eterna contradicción entre sus actos y sus ideas que le llevan al fracaso porque es incapaz de trascender su lucha interna doblegándose, finalmente, a la debilidad del lado más oscuro e inerte de su conciencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario