Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

sábado, 5 de marzo de 2011

¿Por cuál parte del aparte se parte la comedia?



La butaca nihilista

Decididamente no me había levantado con buen pie ese último viernes de enero. Tal vez algún virus de los últimos estertores de su cuesta quiso acabar con mi buen ánimo y me dejó con los intestinos revueltos durante todo el día.
Ya desde las primeras horas de la mañana tuve que esforzarme en contener mi malestar y finalmente tanta tensión acumulada me pasó factura. Ese día, también, era el elegido para acercanos al Centro Cultural Paco Rabal y presenciar la puesta en escena de la dramaturgia titulada Calderón enamorado, dentro del programa TRASTEATRO, por la compañía Guindalera, basado en las comedias del propio Calderón y dirigido por José Maya. Sólo quisiera señalar de este montaje su gélida artificiosidad que lo convierte en un producto confuso, únicamente, salvado por el vestuario encarnado de la pasión amorosa de un joven e inexperto Calderón, un excelente acompañamiento del pianista Tony Madigan y el siempre agradecido trabajo de los actores, entre los que destaca Alejandro Tormo en el papel de don Juan.

Llegué a casa con unas escasas décimas pero la maldita cefalea iba en aumento. Ni siquiera comí y esperé la llegada de la tarde con más miedo que el agricultor le tiene al granizo cuando ya va llegando el tiempo de la cosecha. Se dio la circunstancia positiva de que hice algo de terapia con Rivimar Saavedra de los Conesa y me causó un efecto placebo duradero hasta que me abandoné en mi butaca de abonado dispuesto a resistir el envite de la comedia.
Bien está que la Joven Compañía rescate textos sencillos del numeroso corpus de nuestra tradición áurea para foguearse y crecer en el desempeño de sus respectivos papeles. Incluso se agradece la versión modernizada, gracias a la fértil inventiva de Julio Salvatierra. Del mismo modo, la escenografía realizada por Carolina González, -basada en la limpieza total de un espacio único que al fondo tiene una pared con una puerta giratoria, fundamental para avivar el motivo principal del enredo- junto con el vestuario de piel y sedas en verde, azul y rojo, ideado por la figurinista Almudena Huertas, ofrecen una ágil y fresca percepción del clásico. También se pueden añadir iguales alabanzas al compositor Mario Marín, que construye una música con un toque intemporal, propio del minimalismo, con un tempo muy rápido y brioso, y al interprete de su partitura el pianista Ángel Galán.
Sin embargo, toda esta esforzada labor de dirección, llevada por la mano de Álvaro Salvatierra, se viene abajo por el excesivo número de apartes que tiene la obra, más de 130, que rompen en mil pedazos la ilusión dramática propia del género, donde el espectador se configura la creación de un mundo mediante lo diálogos que mantienen los personajes entre sí y ve como una fatal intromisión esa ruptura de la virtualidad escénica con ese constante aluvión de apartes.

Sería por mi avanzado grado de migraña pero Todo es enredos Amor, de Diego de Figueroa y Córdoba, no me pareció, ni mucho menos, estar al mismo nivel de La moza de cántaro -sería porque pertenece a Lope y no a un simple segundón- obra con la que, fabulosamente, cerró la temporada pasada del Clásico la Joven Compañía.

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