Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

domingo, 16 de enero de 2011

Un clásico por Navidad

La butaca nihilista

Nuestra cita con la Sala Guindalera, durante las fiestas navideñas que tan poco le gustan a mi cáustica amiga, la aguerrida narradora oral Zeniala Volvoreta, se estaba convirtiendo en un todo un rito, en una tradición litúrgica que podía compararse a las festividades religiosas propias de estos días.

La primera parada, como siempre, la efectuamos en el truculento bar que se encuentra al lado de la Sala. Otro clásico, en esta ocasión, del castizo bareto madrileño. No obstante, por primera vez, estuvimos merodeando por los alrededores en busca de otras sensaciones aunque no fueron nada halagüeñas y continuando la senda del casticismo se podría decir, en cuanto al bareto que hay junto a la Sala se refiere, que más vale pájaro en mano que un botellín sin burbujas.

Sumidas nuestras pertinentes abluciones etílicas previas a cualquier tipo de representación dramática, esperamos en el ambigú hasta que se abrieron las puertas y entráramos a la carrera para poder sentarnos en las butacas frente al escenario y no en los bancos suizos que están a pie de escena.

Como decorado aparecía ante la vista, una larga mesa con unos escasos adornos y a la izquierda y derecha del espectador, colgadas del techo, unas coronas navideñas que, posteriormente, se iluminaron señalando, respectivamente, el nacimiento o muerte de los personajes. La caracterización de éstos como fantoches que se repiten eternamente en sus gestos, en sus conversaciones y en sus estereotipos, marca la necrosis de la familia burguesa, incapaz de dinamizar la vida social, sólo teñida por el señuelo del luto provocado por la guerra o la invisible y simbólica polución que lentamente va oscureciendo el tejido de una generación próxima a extinguir.

Posiblemente esta es la visión que Thornton Wilder quiso mostrar cuando confeccionó The Long Christmas Dinner en 1931, dos años después de la Gran Depresión. Juan Pastor, casi 80 años después, tras otra gran crisis del sistema capitalista, no pierde de vista este horizonte crítico pero sazonado con un agradable sentido del humor.

Sus fantoches son tiernos, nada grandilocuentes ni groseros. Ellos vestidos de calzón largo, ellas de fina puntilla van, gradualmente, transformándose en ancianos por medio de una arte invisible, cercano a la prestidigitación, con una sutil subida de toquilla o una pintura blanca de cejas hasta que la corona navideña de la derecha se enciende y se pone en marcha hacia el valle eterno donde la cena continúa para siempre. El final, hilarante y simpático, nos mostró a todos los personajes en coro y en tres alturas, vestidos de ángel, entonando villancicos en inglés y en italiano.

En definitiva, una clásico para la navidad madrileña, puesto que desde que se estrenó en 2004 se ha repuesto en cuatro ocasiones, con un éxito impresionante de taquilla, durante la última semana del montaje ya no quedaban entradas, y que para los amantes del buen teatro siempre será una buena noticia su vuelta a los escenarios en la Navidad del 2011.

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