Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

jueves, 16 de febrero de 2012

Josefina Aldecoa. Historia de una mujer avanzada I


Todos sabemos que Mariano José de Larra fue un adelantado a su tiempo. Esta circunstancia, presumiblemente, le llevó con anticipación a la tumba. Sí, tan fieles y únicos lectores, un inadaptado que consiguió mayor número de público, y su billete hacia la posteridad, perteneciendo ya su espíritu al frío y oscuro mundo ultraterreno; como aquel héroe burgalés, empuñando la Tizona sobre los lomos de Babieca, que ganó su última batalla después de muerto.

Así queda atestiguado en su célebre cita: Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta, que sirve de cabecera a la página electrónica del autor, alojada dentro del excelente portal de la Biblioteca Cervantes Virtual, perteneciente al artículo “Horas de invierno” publicado en El Español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, nº 420, domingo 25 de diciembre de 1836.

Cien años después, el sensible y neorromático Luis Cernuda, otro inadaptado más a su tiempo que se le tiñó oscura el alma de amargura, parafraseó al maestro enfatizando ese triste sentir con unos versos de homenaje en el centenario de su muerte en el poema titulado “A Larra con unas violetas”, de su libro Donde habite el olvido

Escribir en España no es llorar, es morir,

Porque muere la inspiración envuelta en humo,

Cuando no va su llama libre en pos del aire.


Casi 175 años después, llega un discípulo rezagado de este inconformismo crónico de algunos de los mejores escritores en lengua castellana de los últimos dos siglos y postula el siguiente axioma, tan cercano a ese pensamiento inicial de parte del padre del periodismo moderno español: Escribir en España es esperar a morirte para que por fin te lean.

En esta frase lapidaria, que contiene un matiz de sentido tanto de epitafio como de declaración de un principio morboso que define con bastante claridad nuestra particular idiosincrasia, se encierra una verdad absoluta que se ha vuelto a corroborar con la pérdida reciente de la escritora y pedagoga Josefina Rodríguez, más conocida por el apellido de su marido, fallecido de manera repentina por un infarto en noviembre de 1969, Ignacio Aldecoa.

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