Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

martes, 28 de diciembre de 2010

En danzas y desventuras de Juan sin Credo

LA BUTACA NIHILISTA

Las últimas jornadas del curso, antes de las vacaciones de Navidad, toman, muy a menudo, un ritmo trepidante que siempre suelen coronarse con una bajada espectacular de las defensas y la posterior postración convaleciente de unos días en la cama.

Ante ese previsible y temido mordisco enfebrecido de las bacterias estreptococos, que tanto disfrutan anidándose en la garganta de nuestro bienamado Francisco I, el Príncipe de los Ángeles, preferimos anticiparnos y nos acercamos hasta el Teatro Buero Vallejo de Alcorcón, para contemplar el espectáculo de danza infantil titulado Berta en el Desván, propuesto por la compañía residente en Coslada LARUMBE.

El amplio patio de butacas, con más de novecientas localidades, estuvo prácticamente lleno. En general el público infantil, salvo contadas excepciones, se supo comportar a la altura de las circunstancias. Esta actitud demuestra que la importancia del trabajo sobre las tablas dirigido a los niños cuenta, la mayor parte de las veces, con un factor indispensable para el éxito del montaje. Este factor no es otro sino la sencillez y dejémonos de algaradas y de público interactivo que sólo consigue excitar al respetable y convierte el espectáculo en mera sordidez apabullante de lloros, gritos y demonios.

Previamente a la puesta en escena salío, a la manera del prólogo brechtiano, una de las responsables de la promoción y distribución de la compañía advirtiéndonos de la abstracción simbólica de la danza, en donde la palabra cede su espacio al movimiento corporal que, acompañado de una buena selección melódica, se encarga de transmitir todo el peso del argumento de la obra.

Éste trata sobre los sueños que tiene la joven Berta, Sara Mogara, en el desván de su casa, en el que comparte con otros dos personajes imaginarios, Joaquín Abella y Clarissa Castro, una pugna por los varios objetos de color que en ese lugar se encuentran. El lenguaje del cuerpo de Clarissa es realmente sugestivo, repleto de unas curvaturas expresivas que marcan las pautas rítmicas de la sorpresa, el miedo o la esperanza. Mientras la apostura de Joaquín Abellán, brillante en el vestuario, centra y demanda la atención de las posibles carencias del vacío escénico en las que algunas veces zozobra el espectáculo. Del mismo modo, llama la atención el acierto del uso de las nuevas tecnologías con la pantalla que proyecta las imágenes de esa familia gris, cuya madre, interpretada por Daniela Merlo, asesora, también de la dramaturgia, nos recuerda a esos personajes cómicos del cine mudo.

En fin, la experiencia de asistir, por primera vez en el caso de Francisco I, el Príncipe de los Ángeles, a otra de las disciplina de las Bellas Artes resultó muy positiva. Sin embargo, esa misma tarde empezó a sufrir una fiebre que le tuvo toda una semana fuera de juego, convirtiendo los últimos momentos del trimestre en una pontificación de la infatigable constancia de la paternidad, en aras de un sacrificio desinteresado con miras al panteón ilustre de la gloria anónima.

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