Científicos Futuristas

Los Científicos del Futuro queremos que vosotros, habitantes de nuestro pasado, recuperéis en vuestro presente toda la dispersa y denostada obra del siempre iconoclasta Juan sin Credo

sábado, 24 de septiembre de 2011

Defensa de la Escuela Pública II


BIO(DI)VERSIONES DE LA ACTUALIDAD

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora
(A las orillas del Duero)
Antonio Machado

El otro día estuve cenando con una pareja de viejos conocidos, Jimena del Mar y Carso el Neperiano, tras la asistencia al montaje de Tres años, en la sala La Guindalera. Ambos son Profesores de Enseñanza Secundaria en un Instituto Público de la Comunidad de Madrid. Los dos han hecho huelga la pasada semana.

-Ya no es solamente el perjuicio económico Juan- habla Jimena en primer lugar. Tras un silencio incómodo, mi curiosidad puede más que su discreción y les pregunto por la cuantía exacta.
 -Aproximadamente serán más de ochocientos euros en total, aunque habrá que esperar a la nómina de octubre- dice, en esta ocasión, Carso, y resopló angustiado con la cifra, llevándome las manos a la cabeza, puesto que es la cantidad que pago por el alquiler de la casa de dos dormitorios en el distrito de Hortaleza.

-Es el dinero, las condiciones laborales, el aumento de horas de formación. En fin acoso y derribo; es decir, un fuerte retroceso de los derechos adquiridos durante las últimas décadas- sentencia Carso

-Sin embargo a pesar de todo esto, no hay nada peor que la respuesta de algunos padres- toma ahora la alternativa Jimena, mientras doy un largo sorbo, que paladeo con fruición, al excelente gintonic que me ha preparado el camarero. -Cuéntale, cuéntale Carso aquello que te sucedió con aquel padre del alumno que tuviste hiperactivo-

-De esa historia se podría escribir un buen relato- comenta jocoso Carso, mientras juega en sus dedos con un hueso de una oliva, remedo del cigarrillo que ya no puede fumar dentro del local.

Le invito a que comience esa triste historia de la mezquina condición humana, atrapada en su secular atraso por la cosecha del fruto áspero que nace en el árbol de la soberbia y de la ignorancia.

-Había una vez un infausto Instituto de la Comunidad de Madrid, situado en un barrio de nueva creación, ocupado sobre todo por familias venidas a más, gracias sobre todo al espejismo de la burbuja inmobiliaria, en el que apenas se prestaba atención a la formación de los hijos-.

-Era especial el caso de un alumno, con una repetición ya de Primaria a sus espaldas, que no hacía absolutamente nada, ni dentro ni fuera del aula. Ante esta desagradable situación, decidí establecer una reunión con el padre-
-Tras varios intentos fallidos, aduciendo el progenitor motivos laborales -ya que en ese momento estaba su negocio de aluminios en la cresta de la ola- accedió, por fin, a tener una entrevista conmigo. Básicamente vino a decirme que no pasaba nada si su hijo no estudiaba porque el tampoco lo había hecho nunca y ahora ganaba al mes el doble que yo. Evidentemente, ahí acabó la conversación...- rememora, pensativo, Carso sobre aquel suceso ya lejano en su memoria.

-¡ Pero venga, vamos Juan !- se levanta de un sobresalto hacia la salida -¡La última parte de la historia te la cuento en la calle fumando un cigarro, que ya no aguanto más!-

Jimena nos espera dentro pidiendo otra ronda. Carso, ya en los soportales, antes de continuar su peripecia, se lleva el pitillo a los labios, prende el encendedor y saborea gustosamente la calada con un gesto de satisfacción que le hace poner los ojos en blancos.

-Finalmente, el chico tuvo que repetir ese curso; como “premio” el padre le regaló una moto de potente cilindrada. Años más tarde me encontré a la directora de ese centro en un curso presencial sobre las nuevas tecnologías y me contó los hechos trágicos que rodearon a esa familia durante unos años-
-El alumno nunca obtuvo el título de graduado en la ESO y terminó empotrándose con la moto cuando, además, iba sin casco. El padre está actualmente en el paro, con un hijo parapléjico y en una lista de morosos porque nunca pudo llegar a pagar la motocicleta que casi acaba con la vida de su hijo. !Te das cuenta, Juan sin Credo, qué vida más ingrata!-

A Carso se le escapa una lágrima por las mejillas, acaso a causa del humo espeso del cigarro que se le acaba de meter en el ojo. Apaga la colilla contra la suela de su zapato, la tira en una papelera y entramos de nuevo en el local en busca de otra charla, quizás, con poco, mucho más agradable.

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