Es hora de dejar a un lado los reproches continuos que nos ponen realmente malhumorados para dar paso a la voz del espíritu apaciguador y velar realmente por los intereses más naturales del ser humano, como, en el caso que nos ocupa, el efímero transito que desemboca en el pozo negro de la noche oscura.
Así le ha ocurrido recientemente a mi vecino Esteban, que a los cincuenta y un años se le ha roto el corazón en mil pedazos, dejando sin consuelo a una viuda ama de casa y a tres hijos huérfanos, dos de ellos en paro y una acabando la ESO, por la vía de la Diversificación.
Él se ha ido para siempre; un trabajador infatigable, posiblemente preocupado por un posible despido, ya que su empresa atravesaba una difícil situación.
La tragedia ahora la sufrirán los vivos ¿Cómo salir adelante ante una cruda realidad de este calibre? ¿Qué ilusión puede motivar, en este momento tan delicado, a esa familia destrozada?
Pues la única y la más importante, mis queridos y únicos lectores, la ilusión de vivir cada día y ver de nuevo su frescura en cada amanecer
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