Hoy se celebra el octogésimo primer aniversario del advenimiento de la II República, mis tan fieles y únicos lectores, y no lo conmemoro porque sea especialmente mi ideología republicana que sueña la ansiada llegada de la III, redentora de todos los males del país; aunque sí pienso que la institución monárquica es un lujo caduco, más bien decimonónico, con un alto coste para las arcas del Estado y ya pueden decir los juancarlistas misa acerca de la tan cacareada y decisiva intervención en el 23-F, pues no es más que una patraña para justificar su apoltronamiento eterno en la cúspide de un poder más aparente que real.
El principal interés que me mueve a entonar una felicitación por el régimen republicano radica en que cuestiono muy firmemente el actual Estado de las Autonomías, parche ya ajado que se viene arrastrando de la Transición, y que, actualmente, es una de las causas principales de la sangría económica que está acabando con nuestro Estado del Bienestar, labrado con un gran esfuerzo por la generación de nuestros padres y abuelos.
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