Solo con cien palabras
Críticas para el smartphone
El espejo detiene nuestra mirada
y ofrece una imagen distorsionada de aquello que más nos gustaría llegar a ser.
Indagamos en su reflejo y nos arroja, en una ilusión óptica, un fingimiento de
una realidad no declarada, quizás sucia, tal vez grotesca.
Esta visión deformada se
transforma en un paroxismo absurdo, que convierte al personaje del figurón en
un muñeco trágico, roto en los mil pedazos de su egolatría. Ahí radica el
triunfo del montaje de El lindo don Diego, de Carles Alfaro, en mostrar el
delirio de una apariencia deseada que se corresponde erróneamente con la idea
de verdad.